martes, 11 de marzo de 2008

11 M

Hoy es un día triste. Ya se hizo justicia pero aún esa idea no ha logrado calmar la inquietud que se me despierta cada vez que pienso en aquél día y los siguientes. El desasosiego no es solo por lo sucedido durante estos cuatro años que, por que no decirlo, ha sigo repugnante. Tengo esos días frescos en la memoria. Acababa de levantarme y poner la radio como hago cada día cuando la cadena ser comenzó a informar del atentados o los atentados, la primera cifra que dio Gabilondo era de alrededor de veinte persona muertas. Había mucha confusión pero antes de las nueve ya había llamado a mi jefe para alertarle por lo sucedido ya que su hijo vive en Madrid y podría estar desplazándose al trabajo, aún no se conocía la dimensión de lo sucedido.

Creo que llegué a Bonifaz alrededor de las diez y media de la mañana. Lo sucedido ya se conocía con cierta precisión. Había caras de preocupación, la tele y la radio encendida y los teléfonos echando humo. Mi jefe ya había llegado, mucha prisa se había dado porque mi llamada fue su despertador. Mala señal, cada vez se ponía peor la cosa.

Ese día fue el de la estupefacción. La campaña electoral había pasado al olvido. El último mitin de Felipe González en Torrelavega fue el último acto. A la hora de comer ya estaba todo anulado, mítines, entrevistas, incluso hubo que gestionar la no emisión de alguna que ya estaba grabada.

El día 12 fue un día de tristeza. Llovió muchísimo, como si las nubes quisieran sumarse al llanto que llevábamos dentro. El tránsito entre la estupefacción y la tristeza fue más rápido para unos que para otros. Necesité alrededor de 24 horas para asimilar cada una. Finalmente el sábado día 13 llegaron los nervios y la preocupación. Ese sábado yo no salí de casa más allá de las compras matutinas. Estaba tranquila en casa cuando comenzaron algunas llamadas contando lo que estaba pasando en Madrid, tanto en la calle Génova como en las redacciones de algunos importantes medios de comunicación ante la política informativa del gobierno. A través de una llamada de teléfono me indicaron que avisara por sms a los concejales de Santander y Torrelavega y al grupo parlamentario de que no acudieran a ningún tipo de concentración y menos en las que se estaban organizando en las sedes del PP.

El 14 fue un día que amaneció cansado tras tantas tensiones y emociones en los días precedentes. Recuerdo que Tomasa, una mujer mayor que trabaja limpiando la sede y con la que jamás había cruzado una palabra más allá del saludo, se sentó en el despacho en el que estaba leyendo la prensa y me dijo que tenía miedo por lo que había sucedido. No había casi nadie en la sede en aquel momento y Tomasa decidió desahogarse conmigo. Me hizo pasar un rato difícil porque no sabía cómo trasmitirle un poco de la enorme confianza que siempre he tenido de la ciudadanía española. No se si lo logré pero al menos se desahogó y se quedó más tranquila. También el domingo fue el día en que me atreví a llamar a una chica que conocía y que vivía por la zona de entrevías para saber si había resultado afectada. Tarde tres días en reunir el valor suficiente para saber que estaba bien gracias a la niña, que le hizo salir tarde de casa. Alivio.

Pili me recordaba el domingo que la llamé por teléfono para decirla que ganábamos mientras ella volvía del colegio electoral. No se lo creía. Entonces vino la alegría. Una alegría que ha sido puesta en dificultades muchas, muchísimas veces en estos cuatro años. Este domingo tuvimos ocasión de ver otro destello de aquella alegria.

Estupor-Tristeza-Ira-Preocupación-Serenidad-Alegría

No hay comentarios:

La desaparición de las luciérnagas. Sobre P.P. Pasolini.