Sí, de cuando en cuando tengo que recordarme que participé, en compañía de otros, en un trabajo que fructificó en un libro titulado ‘Con lugar a dudas. Hilos y raíces del pensamiento crítico’ Editorial Límite 2005. Me lo recuerdo no porque lo haya olvidado, sino porque constituye una de las experiencias más relevantes de mi vida y supuso un punto de inflexión en mi mundo de experiencias. Por eso creo que será uno de los temas que trate en el blog. Resulta curioso reflexionar sobre como una acción intrascendente como es buscar algún curso de interés para ocupar parte del tiempo libre se convierte en una experiencia intelectual relevante, como convinimos en calificar la veintena de personas que durante nueve meses participamos en un seminario sobre pensamiento crítico realizado en el Centro Cultural de Caja Cantabria y que fue el germen del libro. Corría el año 2000 y yo no sabía quién era Humberto Maturana, ni Waztlawick, ni Edgar Morin, ni Michel Foucault, ni Deleuze, ni Toulmin, ni muchos otros intelectuales de nuestra era. Tampoco sabía nada de neurobiología, ni de sistemas complejos, ni de teorías de la comunicación, entre otras muchas cuestiones. Nunca había pensado en la experiencia o en como tenemos acceso a la realidad; sí lo real es la verdad o qué es lo que nos constituye como seres humanos. Tampoco es que ahora sepa mucho, pero si que me ha servido para tomar contacto con un mundo de ideas que me eran desconocidas y que me ha formado como persona y me ha transformado. Naturalmente, esa acción intrascendente tuvo un cebo: Rafael Manrique era el director del seminario. Le conocía por referencias y porque solía escribir pequeños artículos de opinión bastante provocadores en el desaparecido semanario El Norte. Siempre le estaré agradecida por introducir tantas inquietudes en mi cabeza pero sobre todo por su amistad. También, como no, gracias a Coral Barbero, Adelina Calvo y Celia Nespral por la experiencia compartida y por ser mis amigas.
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